Un diálogo entre Carla Rippey y Agustín González “Creo que el mundo se salvará gracias a la belleza.” Príncipe Lev Nikolyaevich Myshkin, protagonista de la novela de Fiódor Dostoievski, El idiota (1869)
Para un diálogo hay que ser dos. Las obras de los dos viajeros en el tiempo reunidos se responden de manera sutil. Agustín González fue alumno de Carla Rippey en la Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado “La Esmeralda” a principio del tercer milenio, y desde ahí desarrollaron una complicidad artística de la que da testimonio esta exposición.
Mientras Piet Mondrian aportó soluciones al dilema de representar un mundo tridimensional en dos dimensiones, González explora cómo preservar el movimiento en sus composiciones, que, en última instancia, son estáticas. Su pintura es fundamentalmente dinámica. Malerei als Verbrechen (La pintura como crimen) escribió Rudolf Schwarzkogler, la pintura como viaje en el tiempo replica González, quien se acerca de lo lejano a través de la lectura y de lo cercano desde su ventana, como cuando un detalle de la fachada del edificio de enfrente de su taller se convierte en el origen de un nuevo experimento pictórico.
Fotografías provenientes de diversas fuentes forman los puntos de partida de los trabajos pictóricos de Rippey. Fotografías que, en las propias palabras de la artista, “descontextualiza y recontextualiza”, de cierta forma “destruye y reconstruye”. Las imágenes que darán origen a las obras expuestas provienen de capturas fotográficas de la pantalla del televisor, realizadas en un hotel de Phnom
Penh durante un viaje a Camboya en 2012 y del libro de Aoki Shōichi, fotógrafo japonés que documentó el inicio de un cambio en los vestuarios de la juventud de su país en los años 90. Los dibujos inspirados de la manera extravagante que adoptó una nueva generación de japoneses para vestirse, son ejecutados con lápiz a color sobre papel, mientras que las capturas televisivas son transferencias fotográficas al papel atravesadas por líneas verticales de costuras paralelas. El hilo sobrante cuelga como algodón de azúcar del borde inferior de los marcos. Dos dibujos en blanco y negro, y una composición compuesta de tiras delgadas pegadas borde a borde sobre un base de papel completan el ensamble de obras reunidas por Rippey para acompañar una generosa selección de pinturas y litografías de González producidas ex profeso.
Ambos son grandes lectores y aficionados a la literatura, poesía y cine. Sus obras guardan de esta pasión erudita compartida un apego por la narración que desarrollan de manera fragmentada en elementos a primera vista aislados. La silueta de un astronauta, una chaqueta de estilo perfecto, réplica de otra reproducida por Rippey, o un caballo bajo la lluvia son algunos de los pocos motivos identificables en las composiciones de González. La mayoría de sus propuestas traducen un fenomenal potencial energético que se expresa a menudo en destellos y remolinos en el centro de los cuales se entrelazan zonas quietas de colores contrastados.
Furia de un lado y paciencia del otro. Los dos componen, descomponen y recomponen imágenes. Tres parientes lejanos de Pinocho, tres coloridas y jubilosas figuras de madera pintada ejecutadas a cuatro manos cierran el desfile de estos vagabundos en el tiempo.
Michel Blancsubé
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