El humano y su sombra nacen juntos, la luz los crea y certifica. Ninguno de los dos jamás descansa. Basta que haya una fuente que los abrace para que simultáneamente aparezcan. Sin embargo, la sombra es perfecta por su carácter de espectro, mientras que el ser humano, imperfecto, necesita. El listado de necesidades es prácticamente infinito y se extiende a lo largo de los años. Es signo, es estado y es esencia para el complejo acto de sobrevivir, hasta ese momento en que el filamento de luz se calcine y ser y sombra sean monumento
a su propia memoria.
Estamos ante el tercer momento del listado que Moris ha podido recabar y acotar para que nadie se extravíe en el transcurso. Tomo tres de una enciclopedia en donde disecciona los restos de la trágica supervivencia que significa estar dentro de un hábitat hostil, yermo y sin posibilidad de porvenir. En su proceso, de forma casi empírica, la recolección de materias; de forma casi científica, el levantamiento de evidencias, y la obsesiva recreación del paraje desolado que transitan millones de personas con sus sombras, las pausas y las trayectorias posibles hacia ese lugar que no existe, pero que generación tras generación han sido conducidas por un rumor, cada vez más acallado, de esperanza. Allá, dicen, se vive, allá el listado deja de crecer, allá se vive, quizá bien, quizá mal, pero lo imposible de pronto deja de serlo porque cada acto ejercido significa una posibilidad. Eso es todo lo que queda por razonar y ha de llevarse a cabo cueste lo que cueste.
Migrar es el instinto más arcaico, el desplazamiento del nómada que persiguió a las especies que le alimentaban, hallando nuevas condiciones atmosféricas que le permitiesen establecerse y garantizar la supervivencia y entonces comenzar su relato. La arquitectura que nos hace estar bajo el resguardo del tiempo posibilita nuestra forma de mirar hacia el paisaje desde un dominio civilizado por sobre lo salvaje. Aparatos y máquinas sustituyen el esfuerzo del cuerpo y potencia esa energía hacia el progreso. Este espacio que recorremos ahora es un diorama del claustrofóbico habitáculo personal de cada uno, compartido en presencia por el silencio posterior a la violenta estadía en cada estación que nos repele sistemáticamente. Del hogar a la cuidad y de la ciudad al mundo, no hay lugar que nos invite a permanecer y mucho menos a pertenecer. Vamos arrastrando nuestra sombra mientras empujamos la densidad de nuestra historia, escrita con hambre y hasta la muerte.
Fernando Carabajal.
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