EL SUEÑO Y EL INFRAMUNDO – CHRISTIAN CAMACHO

Sala Principal

Ofrecer el sueño a «los misterios de Hécate y de la noche» (Rey Lear, acto 1, escena 1) significa devolver lo que regurgitamos en sueños sin intentar salvarlo moralmente ni encontrarle una aplicación en el mundo diurno.

James Hillman, El sueño y el inframundo

 

El sueño y el inframundo presenta un cuerpo de obra preparado a partir de la recuperación de información extraída de mis propios sueños durante los últimos años. Esta información, como le llamo, ha sido reconfigurada a su vez por mis ideas dentro de la escultura y la pintura para su transportación al reino de la vigilia.

El re-ensamblaje del relato del sueño implica un interés por la amplificación del pensamiento que acompaña a los distintos aspectos de nuestra imaginación en su paso hacia la sombra. Hacer énfasis en el escrutinio de esta imaginación del inframundo nos revela que sus partes se encuentran vinculadas sin dar cuenta precisa de este vínculo, posibilitando que los distintos rostros de este material –como lo llama el psicoanalista James Hillman– muchas veces nos sean fluidamente familiares: la transformación del mundo natural, las anomalías del entorno construido, las conductas de quienes nos rodean y la presencia del miedo.

Extraer esta sombra, esta masa nocturna, es también una forma de simpatía por un tipo específico de mirada en el que la continuidad entre las formas de lo inesperado, lo inevitable y lo vivido, es deseable: éste es el signo de la labor que lleva a cabo la progenie de la Noche.

Al mismo tiempo epílogo e introducción, incluyo el siguiente fragmento de John Berger sobre las implicaciones de eventos como estos, agradeciendo al artista Sachin Kaeley por ayudarme a dar con él:

Una vez soñé que yo era un extraño tipo de dealer: uno que se metía con los aspectos y las apariencias, coleccionándolas y distribuyéndolas. En el sueño, acababa de descubrir un secreto, uno que descubrí yo mismo sin ayuda u orientación. El secreto consistía en poder introducirme dentro de cualquier cosa que mirara –una cubeta de agua, una vaca, una ciudad vista desde las alturas, un roble – y una vez dentro, poder arreglar su apariencia en su beneficio. Este beneficio no significaba hacer todo más bello o armonioso, ni tampoco implicaba hacerlo más arquetípico como si el roble debiera representar a todos los robles. Simplemente significaba hacerlo más como sí mismo, para que la vaca o la ciudad o la cubeta llena de agua pudieran ser más evidentemente únicas. Hacer esto me complacía y tenía también la impresión de que los sutiles cambios que yo hacía desde el interior de las cosas, brindaban placer a otros. El secreto de cómo introducirse en las cosas para reordenar su apariencia era tan simple como abrir la puerta de un armario. Quizás era tan sólo una cuestión de estar presente en el momento en el que esta puerta se abriera por sí misma. De cualquier manera, cuando desperté, no pude recordar cómo era que esto se hacía y perdí la capacidad de adentrarme en las cosas.

Christian Camacho

 

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