CREO
CREO
CREO
2025



En la obra de Almudena Lobera, crear y creer son un mismo gesto. Esta confluencia plantea el arte como una forma de pensamiento mágico, donde cada acción se aproxima al rito, al truco o al conjuro. En su universo, la belleza es una aventura, la imagen un portal, y el arte, un acto de fe.
“Todo comienza aquí, en las manos.” La videoinstalación La Bellaventura (2025), alteración de La Buenaventura, nombre antiguo de la lectura de mano, nos invita a adentrarnos en un espacio íntimo y cinematográfico donde dialogan dos pares de manos: una manicurista y una quiromante. Mientras la primera transforma la apariencia, la segunda interpreta los signos del destino. Las manos, motivo recurrente en la obra de Almudena Lobera, son un puente entre el pensamiento y su manifestación en el mundo. En ellas se condensa una dualidad: de un lado, el cuerpo próximo, táctil y estético; del otro, su reverso simbólico, que remite a las estrellas, al cosmos y a tiempos intangibles e inaccesibles.
Esa misma ambivalencia, entre la huella y el signo, entre lo corpóreo y lo trascendente, atraviesa Tejido a mano (derecha) y Tejido a mano (izquierda) (2025), dos toallas blancas bordadas con un dibujo técnico que reproduce las líneas de las manos de la artista. Dispuestas como reliquias cotidianas, evocan la Sábana Santa: superficies donde el cuerpo deja su rastro y, al mismo tiempo, su mapa cósmico.
Ambas prácticas, la estética y la adivinatoria, han sido históricamente desacreditadas: saberes femeninos relegados al ámbito de lo supersticioso o lo superficial. “La realidad la creamos nosotras”, dice la quiromante, en el salón de belleza de La Bellaventura. Esos gestos condenados se revelan como operaciones de sentido: formas de leer el mundo. Almudena Lobera está interesada en estas dos inclinaciones del ser humano: el deseo de belleza y la necesidad de sentido. Subyace una misma pulsión existencial: la de dotar de razón y significado a lo invisible.
La quiromancia es un arte milenario de orígenes difusos. Sus rastros aparecen en antiguas civilizaciones de Egipto, Babilonia, China e India. En México, donde surgió la idea de esta pieza, la quiromancia es una práctica cotidiana y popular. Se plantea como una forma de conocimiento situada “entre la magia y la ciencia”¹. Siguiendo a Isabelle Stengers, los paradigmas científicos también se construyen sobre marcos de creencia y ficciones compartidas. Esa dimensión imaginaria de la ciencia, con sus símbolos, instrumentos y mitologías, atraviesa la obra de la artista, donde lo racional y lo esotérico son formas complementarias de fe. Hablar de magia no remite a la idea de una “intervención de un poder misterioso y fascinante, sobrenatural”; atreverse a decir magia es “celebrar el surgimiento de una posibilidad (…), una puesta en indeterminación, la creación de una incógnita que abre los intersticios por donde se deja sentir la posibilidad de otra historia (…) improbable.”²
La magia atraviesa la exposición en distintos niveles, como capas de una misma experiencia perceptiva: la magia de la creencia y de los saberes ocultos, vinculada a los rituales y al esoterismo; la magia del truco, que recurre a leyes ópticas y mecanismos neurológicos para desafiar la percepción; y la magia del arte, donde ambas confluyen en un mismo gesto. En la serie Creo (2025) cada dibujo ensaya un acto de ilusión: una superficie de seda que parece romperse como vidrio, una imagen que debe ser regada para revelarse, otra que se escapa al intentar atraparla. El poder del truco no reside en su técnica, sino en la disposición del público a dejarse afectar; como el esoterismo, que combina saberes científicos, intuiciones simbólicas y actos de fe, el arte abre un territorio de ficción regido por sus propias leyes y lógicas.
Almudena Lobera abre una reflexión sobre cómo vemos y creemos en las imágenes del arte, volviendo siempre al propio gesto artístico. En una pequeña escultura situada en un rincón de la muestra, la artista reproduce el cartellino que Velázquez pintó en La rendición de Breda (1634–1635): un pequeño papel rectangular, plegado y en blanco, pintado dentro del cuadro, donde el maestro dejó vacío el lugar de su firma. En ese juego conceptual con lo invisible, Velázquez firmaba con su ausencia, confiando en el poder de la imagen para contener lo que no se ve. En la exposición, esta firma se encarna en el espacio, transformando este gesto de autoría en presencia escultórica.
Creo nos invita a seguir el consejo de la quiromante: convertirnos en “mirantes”, descifrar los códigos y, literalmente, atravesar las imágenes, esa zona de tránsito entre lo visible y lo oculto. Así lo sugiere Highlighted Privacy. Stories #06 (2020), un paño perforado que se erige como un portal inspirado en los filtros de belleza de Instagram, donde la intimidad se vuelve espectáculo y la transparencia tecnológica engendra nuevas formas de opacidad. Aquí la superficie de una uña pulida, de una pantalla brillante o de un trazo se transforma en un umbral de revelación.
Margaux Knight
En la obra de Almudena Lobera, crear y creer son un mismo gesto. Esta confluencia plantea el arte como una forma de pensamiento mágico, donde cada acción se aproxima al rito, al truco o al conjuro. En su universo, la belleza es una aventura, la imagen un portal, y el arte, un acto de fe.
“Todo comienza aquí, en las manos.” La videoinstalación La Bellaventura (2025), alteración de La Buenaventura, nombre antiguo de la lectura de mano, nos invita a adentrarnos en un espacio íntimo y cinematográfico donde dialogan dos pares de manos: una manicurista y una quiromante. Mientras la primera transforma la apariencia, la segunda interpreta los signos del destino. Las manos, motivo recurrente en la obra de Almudena Lobera, son un puente entre el pensamiento y su manifestación en el mundo. En ellas se condensa una dualidad: de un lado, el cuerpo próximo, táctil y estético; del otro, su reverso simbólico, que remite a las estrellas, al cosmos y a tiempos intangibles e inaccesibles.
Esa misma ambivalencia, entre la huella y el signo, entre lo corpóreo y lo trascendente, atraviesa Tejido a mano (derecha) y Tejido a mano (izquierda) (2025), dos toallas blancas bordadas con un dibujo técnico que reproduce las líneas de las manos de la artista. Dispuestas como reliquias cotidianas, evocan la Sábana Santa: superficies donde el cuerpo deja su rastro y, al mismo tiempo, su mapa cósmico.
Ambas prácticas, la estética y la adivinatoria, han sido históricamente desacreditadas: saberes femeninos relegados al ámbito de lo supersticioso o lo superficial. “La realidad la creamos nosotras”, dice la quiromante, en el salón de belleza de La Bellaventura. Esos gestos condenados se revelan como operaciones de sentido: formas de leer el mundo. Almudena Lobera está interesada en estas dos inclinaciones del ser humano: el deseo de belleza y la necesidad de sentido. Subyace una misma pulsión existencial: la de dotar de razón y significado a lo invisible.
La quiromancia es un arte milenario de orígenes difusos. Sus rastros aparecen en antiguas civilizaciones de Egipto, Babilonia, China e India. En México, donde surgió la idea de esta pieza, la quiromancia es una práctica cotidiana y popular. Se plantea como una forma de conocimiento situada “entre la magia y la ciencia”¹. Siguiendo a Isabelle Stengers, los paradigmas científicos también se construyen sobre marcos de creencia y ficciones compartidas. Esa dimensión imaginaria de la ciencia, con sus símbolos, instrumentos y mitologías, atraviesa la obra de la artista, donde lo racional y lo esotérico son formas complementarias de fe. Hablar de magia no remite a la idea de una “intervención de un poder misterioso y fascinante, sobrenatural”; atreverse a decir magia es “celebrar el surgimiento de una posibilidad (…), una puesta en indeterminación, la creación de una incógnita que abre los intersticios por donde se deja sentir la posibilidad de otra historia (…) improbable.”²
La magia atraviesa la exposición en distintos niveles, como capas de una misma experiencia perceptiva: la magia de la creencia y de los saberes ocultos, vinculada a los rituales y al esoterismo; la magia del truco, que recurre a leyes ópticas y mecanismos neurológicos para desafiar la percepción; y la magia del arte, donde ambas confluyen en un mismo gesto. En la serie Creo (2025) cada dibujo ensaya un acto de ilusión: una superficie de seda que parece romperse como vidrio, una imagen que debe ser regada para revelarse, otra que se escapa al intentar atraparla. El poder del truco no reside en su técnica, sino en la disposición del público a dejarse afectar; como el esoterismo, que combina saberes científicos, intuiciones simbólicas y actos de fe, el arte abre un territorio de ficción regido por sus propias leyes y lógicas.
Almudena Lobera abre una reflexión sobre cómo vemos y creemos en las imágenes del arte, volviendo siempre al propio gesto artístico. En una pequeña escultura situada en un rincón de la muestra, la artista reproduce el cartellino que Velázquez pintó en La rendición de Breda (1634–1635): un pequeño papel rectangular, plegado y en blanco, pintado dentro del cuadro, donde el maestro dejó vacío el lugar de su firma. En ese juego conceptual con lo invisible, Velázquez firmaba con su ausencia, confiando en el poder de la imagen para contener lo que no se ve. En la exposición, esta firma se encarna en el espacio, transformando este gesto de autoría en presencia escultórica.
Creo nos invita a seguir el consejo de la quiromante: convertirnos en “mirantes”, descifrar los códigos y, literalmente, atravesar las imágenes, esa zona de tránsito entre lo visible y lo oculto. Así lo sugiere Highlighted Privacy. Stories #06 (2020), un paño perforado que se erige como un portal inspirado en los filtros de belleza de Instagram, donde la intimidad se vuelve espectáculo y la transparencia tecnológica engendra nuevas formas de opacidad. Aquí la superficie de una uña pulida, de una pantalla brillante o de un trazo se transforma en un umbral de revelación.
Margaux Knight
En la obra de Almudena Lobera, crear y creer son un mismo gesto. Esta confluencia plantea el arte como una forma de pensamiento mágico, donde cada acción se aproxima al rito, al truco o al conjuro. En su universo, la belleza es una aventura, la imagen un portal, y el arte, un acto de fe.
“Todo comienza aquí, en las manos.” La videoinstalación La Bellaventura (2025), alteración de La Buenaventura, nombre antiguo de la lectura de mano, nos invita a adentrarnos en un espacio íntimo y cinematográfico donde dialogan dos pares de manos: una manicurista y una quiromante. Mientras la primera transforma la apariencia, la segunda interpreta los signos del destino. Las manos, motivo recurrente en la obra de Almudena Lobera, son un puente entre el pensamiento y su manifestación en el mundo. En ellas se condensa una dualidad: de un lado, el cuerpo próximo, táctil y estético; del otro, su reverso simbólico, que remite a las estrellas, al cosmos y a tiempos intangibles e inaccesibles.
Esa misma ambivalencia, entre la huella y el signo, entre lo corpóreo y lo trascendente, atraviesa Tejido a mano (derecha) y Tejido a mano (izquierda) (2025), dos toallas blancas bordadas con un dibujo técnico que reproduce las líneas de las manos de la artista. Dispuestas como reliquias cotidianas, evocan la Sábana Santa: superficies donde el cuerpo deja su rastro y, al mismo tiempo, su mapa cósmico.
Ambas prácticas, la estética y la adivinatoria, han sido históricamente desacreditadas: saberes femeninos relegados al ámbito de lo supersticioso o lo superficial. “La realidad la creamos nosotras”, dice la quiromante, en el salón de belleza de La Bellaventura. Esos gestos condenados se revelan como operaciones de sentido: formas de leer el mundo. Almudena Lobera está interesada en estas dos inclinaciones del ser humano: el deseo de belleza y la necesidad de sentido. Subyace una misma pulsión existencial: la de dotar de razón y significado a lo invisible.
La quiromancia es un arte milenario de orígenes difusos. Sus rastros aparecen en antiguas civilizaciones de Egipto, Babilonia, China e India. En México, donde surgió la idea de esta pieza, la quiromancia es una práctica cotidiana y popular. Se plantea como una forma de conocimiento situada “entre la magia y la ciencia”¹. Siguiendo a Isabelle Stengers, los paradigmas científicos también se construyen sobre marcos de creencia y ficciones compartidas. Esa dimensión imaginaria de la ciencia, con sus símbolos, instrumentos y mitologías, atraviesa la obra de la artista, donde lo racional y lo esotérico son formas complementarias de fe. Hablar de magia no remite a la idea de una “intervención de un poder misterioso y fascinante, sobrenatural”; atreverse a decir magia es “celebrar el surgimiento de una posibilidad (…), una puesta en indeterminación, la creación de una incógnita que abre los intersticios por donde se deja sentir la posibilidad de otra historia (…) improbable.”²
La magia atraviesa la exposición en distintos niveles, como capas de una misma experiencia perceptiva: la magia de la creencia y de los saberes ocultos, vinculada a los rituales y al esoterismo; la magia del truco, que recurre a leyes ópticas y mecanismos neurológicos para desafiar la percepción; y la magia del arte, donde ambas confluyen en un mismo gesto. En la serie Creo (2025) cada dibujo ensaya un acto de ilusión: una superficie de seda que parece romperse como vidrio, una imagen que debe ser regada para revelarse, otra que se escapa al intentar atraparla. El poder del truco no reside en su técnica, sino en la disposición del público a dejarse afectar; como el esoterismo, que combina saberes científicos, intuiciones simbólicas y actos de fe, el arte abre un territorio de ficción regido por sus propias leyes y lógicas.
Almudena Lobera abre una reflexión sobre cómo vemos y creemos en las imágenes del arte, volviendo siempre al propio gesto artístico. En una pequeña escultura situada en un rincón de la muestra, la artista reproduce el cartellino que Velázquez pintó en La rendición de Breda (1634–1635): un pequeño papel rectangular, plegado y en blanco, pintado dentro del cuadro, donde el maestro dejó vacío el lugar de su firma. En ese juego conceptual con lo invisible, Velázquez firmaba con su ausencia, confiando en el poder de la imagen para contener lo que no se ve. En la exposición, esta firma se encarna en el espacio, transformando este gesto de autoría en presencia escultórica.
Creo nos invita a seguir el consejo de la quiromante: convertirnos en “mirantes”, descifrar los códigos y, literalmente, atravesar las imágenes, esa zona de tránsito entre lo visible y lo oculto. Así lo sugiere Highlighted Privacy. Stories #06 (2020), un paño perforado que se erige como un portal inspirado en los filtros de belleza de Instagram, donde la intimidad se vuelve espectáculo y la transparencia tecnológica engendra nuevas formas de opacidad. Aquí la superficie de una uña pulida, de una pantalla brillante o de un trazo se transforma en un umbral de revelación.
Margaux Knight
En la obra de Almudena Lobera, crear y creer son un mismo gesto. Esta confluencia plantea el arte como una forma de pensamiento mágico, donde cada acción se aproxima al rito, al truco o al conjuro. En su universo, la belleza es una aventura, la imagen un portal, y el arte, un acto de fe.
“Todo comienza aquí, en las manos.” La videoinstalación La Bellaventura (2025), alteración de La Buenaventura, nombre antiguo de la lectura de mano, nos invita a adentrarnos en un espacio íntimo y cinematográfico donde dialogan dos pares de manos: una manicurista y una quiromante. Mientras la primera transforma la apariencia, la segunda interpreta los signos del destino. Las manos, motivo recurrente en la obra de Almudena Lobera, son un puente entre el pensamiento y su manifestación en el mundo. En ellas se condensa una dualidad: de un lado, el cuerpo próximo, táctil y estético; del otro, su reverso simbólico, que remite a las estrellas, al cosmos y a tiempos intangibles e inaccesibles.
Esa misma ambivalencia, entre la huella y el signo, entre lo corpóreo y lo trascendente, atraviesa Tejido a mano (derecha) y Tejido a mano (izquierda) (2025), dos toallas blancas bordadas con un dibujo técnico que reproduce las líneas de las manos de la artista. Dispuestas como reliquias cotidianas, evocan la Sábana Santa: superficies donde el cuerpo deja su rastro y, al mismo tiempo, su mapa cósmico.
Ambas prácticas, la estética y la adivinatoria, han sido históricamente desacreditadas: saberes femeninos relegados al ámbito de lo supersticioso o lo superficial. “La realidad la creamos nosotras”, dice la quiromante, en el salón de belleza de La Bellaventura. Esos gestos condenados se revelan como operaciones de sentido: formas de leer el mundo. Almudena Lobera está interesada en estas dos inclinaciones del ser humano: el deseo de belleza y la necesidad de sentido. Subyace una misma pulsión existencial: la de dotar de razón y significado a lo invisible.
La quiromancia es un arte milenario de orígenes difusos. Sus rastros aparecen en antiguas civilizaciones de Egipto, Babilonia, China e India. En México, donde surgió la idea de esta pieza, la quiromancia es una práctica cotidiana y popular. Se plantea como una forma de conocimiento situada “entre la magia y la ciencia”¹. Siguiendo a Isabelle Stengers, los paradigmas científicos también se construyen sobre marcos de creencia y ficciones compartidas. Esa dimensión imaginaria de la ciencia, con sus símbolos, instrumentos y mitologías, atraviesa la obra de la artista, donde lo racional y lo esotérico son formas complementarias de fe. Hablar de magia no remite a la idea de una “intervención de un poder misterioso y fascinante, sobrenatural”; atreverse a decir magia es “celebrar el surgimiento de una posibilidad (…), una puesta en indeterminación, la creación de una incógnita que abre los intersticios por donde se deja sentir la posibilidad de otra historia (…) improbable.”²
La magia atraviesa la exposición en distintos niveles, como capas de una misma experiencia perceptiva: la magia de la creencia y de los saberes ocultos, vinculada a los rituales y al esoterismo; la magia del truco, que recurre a leyes ópticas y mecanismos neurológicos para desafiar la percepción; y la magia del arte, donde ambas confluyen en un mismo gesto. En la serie Creo (2025) cada dibujo ensaya un acto de ilusión: una superficie de seda que parece romperse como vidrio, una imagen que debe ser regada para revelarse, otra que se escapa al intentar atraparla. El poder del truco no reside en su técnica, sino en la disposición del público a dejarse afectar; como el esoterismo, que combina saberes científicos, intuiciones simbólicas y actos de fe, el arte abre un territorio de ficción regido por sus propias leyes y lógicas.
Almudena Lobera abre una reflexión sobre cómo vemos y creemos en las imágenes del arte, volviendo siempre al propio gesto artístico. En una pequeña escultura situada en un rincón de la muestra, la artista reproduce el cartellino que Velázquez pintó en La rendición de Breda (1634–1635): un pequeño papel rectangular, plegado y en blanco, pintado dentro del cuadro, donde el maestro dejó vacío el lugar de su firma. En ese juego conceptual con lo invisible, Velázquez firmaba con su ausencia, confiando en el poder de la imagen para contener lo que no se ve. En la exposición, esta firma se encarna en el espacio, transformando este gesto de autoría en presencia escultórica.
Creo nos invita a seguir el consejo de la quiromante: convertirnos en “mirantes”, descifrar los códigos y, literalmente, atravesar las imágenes, esa zona de tránsito entre lo visible y lo oculto. Así lo sugiere Highlighted Privacy. Stories #06 (2020), un paño perforado que se erige como un portal inspirado en los filtros de belleza de Instagram, donde la intimidad se vuelve espectáculo y la transparencia tecnológica engendra nuevas formas de opacidad. Aquí la superficie de una uña pulida, de una pantalla brillante o de un trazo se transforma en un umbral de revelación.
Margaux Knight


















Galería de imágenes
Un acercamiento a lo que presentó la exposición.