La teselación, como una adopción de las matemáticas relacionada al recubrimiento pleno, rítmico y sin superposición de una forma regular, ocupa aquí el lugar de otra palabra. La constelación que relacionamos con el cazador de los mitos griegos y cuyas estrellas observamos bien en el hemisferio norte durante el invierno. Más que el relato oriónico, aquí indistinto, pienso en lo que una teselación anuncia para una figura humana: una descomposición, o quizás recomposición, de sus principios. Junto al mapa nocturno, el impacto de Ícaro contra el piso.
La Teselación de Orión es también una muestra breve en dos partes:
Por un lado, pinturas que lucen como mosaicos en miniatura para conducir la idea de lo frontal y lo estático, y que parten de una memoria de la protopintura arcaica capaz de vincularse con el consumo de los íconos planos de la actualidad. De temáticas aparentemente desconectadas, estas pinturas persiguen el símbolo y el presagio, conformando un repertorio de declaraciones tácitas no necesariamente disímil al tarot. Esta primera sección de la muestra parte de un cuerpo de obra amplio que he realizado en los últimos años y que ahora recibe un giro en su relación a reinterpretaciones del marco Mondrian, en el cual están empotradas las obras en recuerdo de la inserción mural o arquitectónica del arte musivo.
La segunda parte de la exposición reúne cinco agregaciones teseladas moldeadas en concreto. Sus componentes, usualmente asociados a entornos digitales, han sido preparados a mano, generando rupturas de ritmo, imperfecciones y otras diferencias.
La persecución de vías de producción cuyas reglas o limitantes parecieran contradictoriamente liberar las expectativas de cierta obra en la escala humana, es para mí un punto importante y uno de los signos centrales de esta muestra, en la que el paseo entre las formas está contaminado con el augurio y sospecha de lo inmediatamente reconocible.
Christian Camacho
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