Maguey

Pablo López Luz

El maguey, gran símbolo de identidad, testigo histórico que atiende pacientemente el paso del tiempo; suculenta monumental que emborracha, sana, alimenta y también protege. Hace no tanto tiempo, los muros de agave y techos de pencas resguardaban las casas del campo mexicano, ese campo por siempre olvidado y vuelto a olvidar, atrapado entre el polvo y la tierra seca. Ahora los muros y techos de las casas son de concreto, block y varilla y persiguen ideales del prometido progreso. El maguey es también signo y modelo estético, para Sergei Eisenstein en su Viva México, en las fotografías de Manuel Álvarez Bravo, otro testigo del tiempo, para Agustín Jimenez, Tina Modotti, etc. la lista es amplia.

Con el tiempo, el maguey también ha abandonado el campo mexicano, se ha desplazado a la ciudad (o la ciudad lo ha pillado), y ahora vive entre puentes, avenidas, parques y camellones, entre automóviles, camiones, basura, envoltorios y latas. También funge de perchero y tendedero. Para el paseante, existe siempre la tentación de dejar algún trazo en una de sus pencas, algunos marcan con mensajes de amor o desamor, con confesiones o simplemente para cumplir una inspiración estética. También hay anuncios, mensajes directos y amenazas. El maguey es ahora, no solo un símbolo del campo mexicano, sino también de la gran ciudad. Ahora comparte el polvo que levantan los camiones, el humo de los escapes y el ruido de los bocinazos con las palmeras, árboles y arbustos que visten las calles de la ciudad, y espera, junto a los otros, las siempre tardías lluvias.

Fotografiar el maguey tiene un alto riesgo, implica insertarse en una larga tradición y codearse (o intentarlo) con todos los que por ahí ya pasaron. La exposición Maguey de Pablo López Luz, en diálogo con algunos de sus otros proyectos, reinterpreta y retoma el gran símbolo de identidad, en un momento donde los símbolos y la identidad parecieran haber quedado olvidados.

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